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No es de extrañar que esta práctica con tanto recorrido en la gastronomía popular mundial haya resurgido con una nueva denominación, ya que se ha convertido en tendencia. Por un lado, el "trash cooking" permite reutilizar las sobras para hacer nuevos platos y, de este modo, reducir el desperdicio alimentario y nuestra huella ecológica.
Por otra parte, se ha inaugurado una nueva cocina que incluye alimentos que antes se consideraban que debían ser descartados, como vísceras de pescado, hígado de animales, plancton o pieles de pescado, fruta y verdura. Por lo tanto, esta tendencia pide un aprovechamiento más completo e integral de los alimentos con los que cocinamos, haciendo un replanteamiento de que es apto y bueno para el consumo humano.
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Además, debemos tener en cuenta que una parte importante del derroche alimentario se debe a que descartamos alimentos en buen estado pero que por criterios estéticos, como son la forma, color o brillo del producto, se decide tirarlos a la basura. Es lo que se conoce como "comida fea" y que tanto es rechazada, especialmente, por la industria alimentaria.
Los criterios para no utilizar comida en buen estado se basan sólo en una manía que tenemos de relacionar la presentación del alimento con si es o no apto para nuestra salud. Así pues, para practicar un buen "trash cooking" debemos hacer prevalecer el estado y el sabor del alimento, y no su presentación. Un ejemplo claro lo encontramos en las verduras y frutas, ya que naturalmente adquieren formas variadas y, incluso, deformadas; pero, sin embargo, se trata de productos frescos y ecológicos.
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Como hemos visto, se trata de una tendencia que podemos aplicar fácilmente con pequeños actos y optando por un planteamiento más global sobre el consumo de los alimentos. Seguramente, nuestros abuelos y abuelas nos dirán que, precisamente, el progreso también significa recuperar todo lo bueno de nuestra tradición y, también, de la del mundo culinario.
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